El otoño camina por la falda de tu cama y nos deja la fuerte lluvia pasear por los cristales de tu ventana. Y ahí estás tú mientras tanto, infinitamente protector, agarrando con tu brazo la timidez de mi cadera, insegura.
Las dudas, el tiempo, el espacio, las fechas, los acontecimientos; las personas.
La incertidumbre que supone saber cuando vas a marcharte, y el hecho de que me tiriten las piernas y que el corazón se me detenga con la posibilidad de que sea para siempre.
La confianza me flaquea, autodestructiva. Y me veo incapaz de pararlo, porque tengo miedo, miedo irracional, obsesivo, enfermizo y loco de perderte. Pero entonces apareces, te acercas cada vez más y colocas tu pie sobre el mío, me arropas y subes las sábanas hacia las estrellas. El eco se hace ínfimo, y tú apacible, rompes con mi magia.
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