Conspiradora acechaba sobre los muros que tanto tiempo la habían acogido, protegida.
Fría. Más que aquella oscura noche, tentadora. Única para despojarse de todo aquel estorbo que significaba tener más peso que su cabeza sobre los hombros. Calculando cada centímetro, cada paso, cada gota de sufrimiento que podía permitirse ocasionar, sintiéndose orgullosa.
Sin honor. Pero valiente de poder caminar mirandolas a los ojos, congelando sus desprecios.
Serena, pero descompuesta al imaginar que su soledad tambaleaba.
Impecablemente hermosa, ocultando bajo su sonrisa la vida que había dejado atrás, que machacaba y pisoteaba cada vez que se anclaba en un nuevo hogar.
Ellos deseaban su cabeza debajo de la tierra o encima de su cama.
Ella manifestaba la necesidad de hacerle saber que no era un trofeo, era una mujer con miles de ideas en su cabeza de
cómo hacerlo morir de diferentes maneras. Era libre.
Era, porque estaba viva y esa era su mayor amenaza.
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