9/28/2011
Mi corazón quiere salir de mi pecho e irte a buscar, pero ésta ciudad esconde recovecos adversos que desconocía en cada esquina.
Los coches van a una velocidad desorbitada,
desordenada, incalculable. Chocan, (cómo hicimos nosotros) en cada palabra más alta entre los gestos de un cristal, tan frágil, que es capaz de resquebrajarse a cada decibelio aumentado.
Y se esquivan por cualquier motivo, o por cualquier maniobra que dé la señal de que estamos al rojo vivo, ardiendo.
Los peatones se evaden en su propia indiferencia y le dan mil vueltas de campana al reloj, cómo si hubiera una hora exacta para cada momento, ignorantes.
Y aquí sigo yo. Intentando que me cedan el paso, o un latido más para escapar del ruido que me impide pensar en ésta libertad que tiene cadenas.
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Somos inevitables
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